Hace unas semanas estuvo por Madrid mi querido Carlos Wynter, un escritor que no se escapa de su oficio sino que ha conseguido inaugurar un universo que sigue en plena expansión y que es regido por él con una libertad creativa que no hace más que embellecerlo. Con su conversación franca y la exposición serena de sus ideas, me trajo por los “madriles” el aire de mi tierra lejana y sus acentos de nostalgia.
Panamá desde la distancia se vive en cada noviembre como un aviso de que el tiempo va poniendo sus brumas en los recuerdos y que uno va entonando distinto el habla a fuerza de vivir lejos del terruño y por necesidad de comunicarse. Cuando estoy allá me dice que hablo “como españolito” y cuando sigo aquí me confunden con los cubanos o los dominicanos y yo les digo que no, que soy de Panamá y me replican, “pero hablas un poco raro, nunca he conocido un panameño”. Encima soy una cosa extraña. Me decía mi amigo Juan Carlos Chirinos, saliendo el pasado día del libro en Madrid de una conferencia de César Aira, que “Varamo”, una novela del argentino, ocurre en Panamá porque “eso está por allá lejos y no lo conoce nadie”. Y es posible que al escritor venezolano no le falte razón.
Pero Panamá existe, claro, a fuerza de recordarlo, a fuerza de ver a mis hijas jugar con una banderita panameña que les va diciendo que en esta casa de Madrid vive alguien que de chico vio ondear otros colores en un asta. Existe a fuerza de soñar a mi abuelita Chela contándome sus películas de miedo o las historias de cuando eran joven con un acento que no es el que me rodea; existe a fuerza de hablar con mi mamá y escuchar los sones de mi tierra en su voz cálida y tan cercana al corazón.
Llegadas las fiestas patrias la nostalgia se enciende y uno revuelve la mirada y siente espanto de no encontrar el camino del mar para volver al terruño, metido en el centro de un Madrid de otoño y sin mar que presagia que el viaje de regreso está pospuesto hasta que vengan tiempos mejores. Que mejor estación del año para la nostalgia que el otoño aquel que le leí hace tanos años en Panamá a Rafael Alberti y que me llenó el alma con sus hojas y sus colores ocres de memoria lejana, de letanía de viento frío y de memoria.
Panamá me duele y me entusiasma a un tiempo en esta distancia que salvan los correos electrónicos y la lectura de noticias y la escucha de videos con la salsa de los buenos de mis años, Rubén, Héctor, Willie, Celia y otros tantos que con su arte han puesto banda sonora a la memoria de esos años en que recorrí mi infancia, en los que hice mi patria que llevo ahora para todas partes con un soniquete de cabanga.
Por eso la visita de Carlos Wynter me supo a gloria y a mis niñas y a mi esposa les acercó lo que ella llama el “universo panameño”. Hablamos del pasado, del presente y del futuro, de lo que queremos que sea Panamá mañana, de lo que deseamos dejar a nuestros hijos, de lo que queremos disfrutar cuando nos lleguen las canas y la vida se torne más cansada.
Panamá la sentí cerquita, desgranada en panameñismos mientras el vino ampliaba la nostalgia y agudizaba la memoria. “¿Sabes que es calungo o chingongo o jugaste alguna vez al guacho o a la lata?” Y nos reíamos y las anécdotas se apoderaban de aquella mesa de amigos reencontrados. Panamá se acercó de la mano de Carlos y en estas fiestas patrias, más que nunca, echo de menos todo aquello. A ver cuando el “Hado” dispone que atraviese el mar.
Panamá desde la distancia se vive en cada noviembre como un aviso de que el tiempo va poniendo sus brumas en los recuerdos y que uno va entonando distinto el habla a fuerza de vivir lejos del terruño y por necesidad de comunicarse. Cuando estoy allá me dice que hablo “como españolito” y cuando sigo aquí me confunden con los cubanos o los dominicanos y yo les digo que no, que soy de Panamá y me replican, “pero hablas un poco raro, nunca he conocido un panameño”. Encima soy una cosa extraña. Me decía mi amigo Juan Carlos Chirinos, saliendo el pasado día del libro en Madrid de una conferencia de César Aira, que “Varamo”, una novela del argentino, ocurre en Panamá porque “eso está por allá lejos y no lo conoce nadie”. Y es posible que al escritor venezolano no le falte razón.
Pero Panamá existe, claro, a fuerza de recordarlo, a fuerza de ver a mis hijas jugar con una banderita panameña que les va diciendo que en esta casa de Madrid vive alguien que de chico vio ondear otros colores en un asta. Existe a fuerza de soñar a mi abuelita Chela contándome sus películas de miedo o las historias de cuando eran joven con un acento que no es el que me rodea; existe a fuerza de hablar con mi mamá y escuchar los sones de mi tierra en su voz cálida y tan cercana al corazón.
Llegadas las fiestas patrias la nostalgia se enciende y uno revuelve la mirada y siente espanto de no encontrar el camino del mar para volver al terruño, metido en el centro de un Madrid de otoño y sin mar que presagia que el viaje de regreso está pospuesto hasta que vengan tiempos mejores. Que mejor estación del año para la nostalgia que el otoño aquel que le leí hace tanos años en Panamá a Rafael Alberti y que me llenó el alma con sus hojas y sus colores ocres de memoria lejana, de letanía de viento frío y de memoria.
Panamá me duele y me entusiasma a un tiempo en esta distancia que salvan los correos electrónicos y la lectura de noticias y la escucha de videos con la salsa de los buenos de mis años, Rubén, Héctor, Willie, Celia y otros tantos que con su arte han puesto banda sonora a la memoria de esos años en que recorrí mi infancia, en los que hice mi patria que llevo ahora para todas partes con un soniquete de cabanga.
Por eso la visita de Carlos Wynter me supo a gloria y a mis niñas y a mi esposa les acercó lo que ella llama el “universo panameño”. Hablamos del pasado, del presente y del futuro, de lo que queremos que sea Panamá mañana, de lo que deseamos dejar a nuestros hijos, de lo que queremos disfrutar cuando nos lleguen las canas y la vida se torne más cansada.
Panamá la sentí cerquita, desgranada en panameñismos mientras el vino ampliaba la nostalgia y agudizaba la memoria. “¿Sabes que es calungo o chingongo o jugaste alguna vez al guacho o a la lata?” Y nos reíamos y las anécdotas se apoderaban de aquella mesa de amigos reencontrados. Panamá se acercó de la mano de Carlos y en estas fiestas patrias, más que nunca, echo de menos todo aquello. A ver cuando el “Hado” dispone que atraviese el mar.
1 comentario:
Nunca había leído un escrito a la nostalgia tan cierto, que me impresionara así y con el que me identificara tanto.
Enfin peloteos de un bretón nostlagico que espera verte pronto.
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