16 noviembre, 2009

La cantinela latinoamericanista

“La cantinela, entonada por latinoamericanos y también por escritores de otras zonas depauperadas o traumatizadas, insiste en la nostalgia, en el regreso al país natal, y a mí eso siempre me ha sonado a mentira. Para el escritor de verdad su única patria es su biblioteca, una biblioteca que puede estar en estanterías o dentro de su memoria. El político puede y debe sentir nostalgia, es difícil para un político medrar en el extranjero. El trabajador no puede ni debe sentir nostalgia: sus manos son su patria”.
Roberto Bolaño.


Roberto Bolaño, que está de moda y bajo cuya advocación se bautizan escritores de aquí y de allí firma esta rotunda frase en su libro Ente paréntesis que le publicó su Anagrama de siempre y que reúne sus ensayos y artículos. Tan de moda está que Estados Unidos le ha otorgado el premio de la crítica por 2666. Está de moda de él casi todo menos estas verdades que parecer mantener abiertas las venas de América Latina.
El latinoamericanismo está superado, o eso debería ser pero, los que nacimos allí nos empeñamos en arrastrar esta característica específica para convertirla en una seña de identidad global o una especie de garantía de que lo escrito será excelente. Caemos en la engañifa de que el gentilicio es aval de genio. Un error.
Pero más allá, Bolaño va en contra de la nostalgia porque tiene un efecto negativo sobre quien escribe y sobre quien trabaja. Porque lo que comprobamos día a día es que quien se marcha muy pocas veces disfruta con el regreso. A mí los nostálgicos de salón me han parecido siempre afectados de cierta superioridad sobre los que aman su tierra sin aspavientos desde la distancia. Aunque hay que distinguir en esto a aquellos que reciben las críticas del exterior con la misma alegría que de los que siguen viviendo en el país. No es posible que por vivir fuera de tu tierra te tachen de traidor o te tengan por no apto para opinar de lo que pasa en el país.
Para un escritor su patria es su biblioteca, dice Bolaño, con el que se puede no estar de acuerdo pero es cierto, estamos hechos los unos y los otros de los libros que hemos leído, los que recordamos y cómo los recordamos. Esa literatura fundacional, que tanta alharaca monta en los propios países, son muertas y superadas por los hijos de ella en nombre de una libertad de pensamiento y de poética, en nombre de la libertad de ser de allí donde estemos o de dónde leamos. Las literaturas nacionales tienen mucho de estático y de castrante y dinamizarlas con los colores de otras literaturas no hará más que enriquecerlas para hacerlas trascender. Y eso no es poca cosa. Somos más hijos de Rimbaud o de Auden que de Ricardo Miró o de Rubén Darío.
Los políticos y la nostalgia guardan una estrecha relación ya que por razones obvias les costaría medrar más fuera que dentro pero Roberto no contaba, o contaba pero no lo contó aquí, con el literato político, con el típico medrante pseudointelectual que comulga con ruedas de molino a favor de la causa patria, a favor del sueño del caudillo o del dictador. Vive entre nosotros el intelectual medrante, que frisa muchas veces lo espectacular en sus discursos de cartón piedra sobre la libertad y la democracia pero lo cierto es que lo único que lo mantiene a flote son sus loas sinceras al régimen que representan. Ojo con estos cuya única patria es la sinrazón y la demagogia aunque la vistan de poesía o de novela.
En una red social vi como se retaba a un amigo a denunciar a un medrante intelectual de ese tipo aquí en Madrid. Estamos dispuestos, claro, pero nos llamarán envidiosos, o incluso nos dirán que es que lo que nos pasa en que no tenemos ni el verbo ni el genio del medrante en cuestión y claro, el gobierno español no abrirá fisuras con nuestros “amigos” por mucho que en esos países los derechos humanos estén conculcados y un democracia de mentirita este instalada allí. En Venezuela para más señas.
La patria de un trabajador son definitivamente sus manos, no las construcciones ideológicas que pretenden imponernos. Uno trabaja por el sustento y con ello pretende construirse unas expectativas de vida, unos sueños. La nostalgia de la tierra no es vida para el que se ha marchado a otras latitudes a buscarse el pan. “Uno no es de donde nace sino de donde pace” o de donde paga sus impuestos que diría otro. Nuestra patria la construimos nosotros, son nuestros zapatos que nos llevan allí donde queremos y son nuestras manos son las que forjan nuestros deseos de libertad y de paz tan legítimos aquí como en cualquier territorio de nuestra América Latina desangrada.

No hay comentarios: