¿Quién expondría a su mujer a que otros la amasen y disfrutara de ello? Diríamos que se trata de un ser abyecto, ruin, depravado. No diríamos que se trata del agradable y correcto Félix Quinn, hombre de buen vivir, culto y agradable. Quinn es lo que podemos llamar técnicamente un masoquista.
Esta truculenta historia es la que nos plantea Howard Jacobson (Manchester, 1942) en su espléndida “Un acto de amor” publicado por la editorial Miscelánea, un nuevo acierto de este sello que no deja de darnos alegrías a los lectores.
Construida con erudición lectora, con complejidad psicológica, con la destreza del urdidor de paisajes y atmósferas, "Un acto de amor" es una novela que se inscribe perfectamente en la disciplina de las grandes novelas psicológicas, las grandes novelas con grandes y reseñables personajes tipo “Lolita” de Nabokov o de “Crimen y castigo” de Dostoievski. Y es que el personaje y la psicología de Felix Quinn son un acierto literario que revela la brillantez en el oficio que posee Jacobson.
Joyce, Cervantes, Shakespeare, los mitos, Flaubert y tantos otros se pasean delante de nosotros para cargar de razón la obsesión aberrante de nuestro protagonista. Es un gran lector, un excelente bibliófilo y un gran conmovedor del alma humana urde planes para que su mujer le sea infiel. A partir de una visón sugerente durante la luna de miel Félix Quinn recibe el desencadénate para su obsesión, la cual era ya contemplado por sus rancios antepasados de forma sólo teórica pero que él se atreve a llevar a cabo.
Una novela de personajes donde los detalles de las circunstancias sólo obedecen a un objetivo: dibujar personajes redondos que al actuar no nos sorprendan pero que sí nos conmuevan o lleven a la rabia y a la indignación.
El trabajo técnico de Jacobson, el de ir cargando al personaje, el de ir llevándonos de su mano, el ir mostrándonos poco a poco sus flaquezas y solvencias nos pone en una disyuntiva como lectores: ¿es lícito que le comprendamos o es una aberración? Si son valientes lean y comprueben hasta qué punto el autor es capaz de crearnos lazos afectivos hacia Quimm.
Pero no solo la construcción de Félix es extraordinaria sino también la de Marisa su mujer y la del perfecto amante, Marius, las cuales nos dejan ver lo complejo del universo de esta novela y cómo estos dos “actores” son necesarios para sustentar el universo masoquista de Quinn que descubre, en una escena patética que es, técnicamente y de facto, un masoquista de libro. Psicólogos y psiquiatras o simplemente amantes de las ciencias mentales disfrutaran con la precisa delineación de unos perfiles complejos.
Una novela completa con un final que no dejará indiferente a ninguno y que necesariamente nos hará pedir más de este autor que tiene una extensa obra en inglés que tiene que ser vertida al español y si lo hace miscelánea con una traducción tan buena como la de Santiago del Rey entonces nos veremos obligados a esperar con ansias más de Jacobson que sin duda se convertirá en nuestra lengua en un escritor de culto.
Esta truculenta historia es la que nos plantea Howard Jacobson (Manchester, 1942) en su espléndida “Un acto de amor” publicado por la editorial Miscelánea, un nuevo acierto de este sello que no deja de darnos alegrías a los lectores.
Construida con erudición lectora, con complejidad psicológica, con la destreza del urdidor de paisajes y atmósferas, "Un acto de amor" es una novela que se inscribe perfectamente en la disciplina de las grandes novelas psicológicas, las grandes novelas con grandes y reseñables personajes tipo “Lolita” de Nabokov o de “Crimen y castigo” de Dostoievski. Y es que el personaje y la psicología de Felix Quinn son un acierto literario que revela la brillantez en el oficio que posee Jacobson.
Joyce, Cervantes, Shakespeare, los mitos, Flaubert y tantos otros se pasean delante de nosotros para cargar de razón la obsesión aberrante de nuestro protagonista. Es un gran lector, un excelente bibliófilo y un gran conmovedor del alma humana urde planes para que su mujer le sea infiel. A partir de una visón sugerente durante la luna de miel Félix Quinn recibe el desencadénate para su obsesión, la cual era ya contemplado por sus rancios antepasados de forma sólo teórica pero que él se atreve a llevar a cabo.
Una novela de personajes donde los detalles de las circunstancias sólo obedecen a un objetivo: dibujar personajes redondos que al actuar no nos sorprendan pero que sí nos conmuevan o lleven a la rabia y a la indignación.
El trabajo técnico de Jacobson, el de ir cargando al personaje, el de ir llevándonos de su mano, el ir mostrándonos poco a poco sus flaquezas y solvencias nos pone en una disyuntiva como lectores: ¿es lícito que le comprendamos o es una aberración? Si son valientes lean y comprueben hasta qué punto el autor es capaz de crearnos lazos afectivos hacia Quimm.
Pero no solo la construcción de Félix es extraordinaria sino también la de Marisa su mujer y la del perfecto amante, Marius, las cuales nos dejan ver lo complejo del universo de esta novela y cómo estos dos “actores” son necesarios para sustentar el universo masoquista de Quinn que descubre, en una escena patética que es, técnicamente y de facto, un masoquista de libro. Psicólogos y psiquiatras o simplemente amantes de las ciencias mentales disfrutaran con la precisa delineación de unos perfiles complejos.
Una novela completa con un final que no dejará indiferente a ninguno y que necesariamente nos hará pedir más de este autor que tiene una extensa obra en inglés que tiene que ser vertida al español y si lo hace miscelánea con una traducción tan buena como la de Santiago del Rey entonces nos veremos obligados a esperar con ansias más de Jacobson que sin duda se convertirá en nuestra lengua en un escritor de culto.
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