Ayer me llegó la noticia. El pasado 9 de enero un grupo de jóvenes amotinados en el Centro de Cumplimiento de Menores de Tocumen fueron quemados vivos por miembros de la Policía Nacional que para sofocarlo tiraron una bomba lacrimógena que terminó prendiendo la celda y los policías allí presentes impidieron que los bomberos hicieran su trabajo. Todo esto es lo que se ve en las imágenes que la televisión grabó en el lugar de los hechos.
Se abre un debate. Por un lado, nada de demagogias: menores, sí, pero delincuentes, peligrosos y muy capaces de arrebatarle la vida si hace falta a cualquiera. Merecen estar donde está pero no en las condiciones en las que están. Todo esto es fruto de su propia decisión y responsabilidad porque me consta que muchos jóvenes, en sus mismas circunstancias, han optado por un camino mejor, lejos de la delincuencia.
Por otro lado, las instituciones policiales están plagadas de gente o rebotada de la dictadura, con su filosofía del tolete y la patada, y de los que no tienen nada más que hacer que meterse a Guardias porque nadie más quiere serlo. Tipos que se ven con poder y con la precariedad de un trabajo que les puede costar la vida. Además está la falta de infraestructuras apropiadas para la reclusión de estos delincuentes. He leído que donde deberían estar 70 reclusos había 145. No hay cama para tanta gente, lo que propicia motines y desórdenes que ponen en alerta extrema a cualquier policía.
Ahora bien, dicho lo anterior, nos quedan dos reflexiones: que los delincuentes paguen, que reciban todo el rigor de la ley y la repulsa de la sociedad que sufre sus tropelías. Que en su confinamiento reflexionen y cambien y sino otra vez para dentro. Pero esto no ha de ser acosta de los derechos humanos básicos. La sociedad debe ser modelo de aplicación de esos derechos, se merecen lo peor los delincuentes, pero vivimos en un estado de derecho. Comprendo a los que han sufrido a manos de los delincuentes y no reciben justicia: muchos desean tomársela por su propia mano y les comprendo.
La otra reflexión es que las dictaduras vividas desde el 1968 para acá han dejado una huella profunda en la sociedad civil. Hay en muchos comentarios en foros en Internet, un tufillo militarote que me hace plantearme seriamente que hay que cerrar en firme un pasado que no es nada glorioso. Hay que hacer un ejercicio de justicia desde el pasado para que el presente se nos ofrezca liviano de maldades no resueltas que hieren a las víctimas y hacen dudar del sistema democrático a muchos. Parece que si a cualquier crimen cometido le das tiempo y silencio se olvida y los criminales pueden volver a escribir en los periódicos, ser ministros o colaborar con la Policía. Esas tropelías están detrás de este crimen de Tocumen cuya tragedia pone en duda una vez más la viabilidad de nuestra democracia y sus instituciones.
Panamá, que quiere ser un país moderno y lo es en su paisaje, necesita que la sociedad civil se levante en contra de las grandes injusticias del pasado. Necesitamos hacerle frente a estos atropellos con firmeza, sin miedo a un sistema represor como antes. La cultura del mínimo esfuerzo, del “yo me arranco y lo que pasa en Panamá es problema de otros”, debe acabarse y son la Cultura y la Educación las que nos van a ayudar a salir de nuestro error. Necesitamos valores, recuperar el respeto perdido los unos a los otros para poder convivir en paz. No nos pase como en el cuento de Julio Cortázar, “Casa tomada”, que por no enfrentarse a lo que pasaba en las habitaciones los protagonistas se quedaron fuera de la casa. Que nadie nos saque de nuestros derechos: lo que ha pasado en Tocumen tiene que ser investigado y juzgado, si los que tienen la responsabilidad de velar por la seguridad hacen estas cosas estamos perdidos.
Se abre un debate. Por un lado, nada de demagogias: menores, sí, pero delincuentes, peligrosos y muy capaces de arrebatarle la vida si hace falta a cualquiera. Merecen estar donde está pero no en las condiciones en las que están. Todo esto es fruto de su propia decisión y responsabilidad porque me consta que muchos jóvenes, en sus mismas circunstancias, han optado por un camino mejor, lejos de la delincuencia.
Por otro lado, las instituciones policiales están plagadas de gente o rebotada de la dictadura, con su filosofía del tolete y la patada, y de los que no tienen nada más que hacer que meterse a Guardias porque nadie más quiere serlo. Tipos que se ven con poder y con la precariedad de un trabajo que les puede costar la vida. Además está la falta de infraestructuras apropiadas para la reclusión de estos delincuentes. He leído que donde deberían estar 70 reclusos había 145. No hay cama para tanta gente, lo que propicia motines y desórdenes que ponen en alerta extrema a cualquier policía.
Ahora bien, dicho lo anterior, nos quedan dos reflexiones: que los delincuentes paguen, que reciban todo el rigor de la ley y la repulsa de la sociedad que sufre sus tropelías. Que en su confinamiento reflexionen y cambien y sino otra vez para dentro. Pero esto no ha de ser acosta de los derechos humanos básicos. La sociedad debe ser modelo de aplicación de esos derechos, se merecen lo peor los delincuentes, pero vivimos en un estado de derecho. Comprendo a los que han sufrido a manos de los delincuentes y no reciben justicia: muchos desean tomársela por su propia mano y les comprendo.
La otra reflexión es que las dictaduras vividas desde el 1968 para acá han dejado una huella profunda en la sociedad civil. Hay en muchos comentarios en foros en Internet, un tufillo militarote que me hace plantearme seriamente que hay que cerrar en firme un pasado que no es nada glorioso. Hay que hacer un ejercicio de justicia desde el pasado para que el presente se nos ofrezca liviano de maldades no resueltas que hieren a las víctimas y hacen dudar del sistema democrático a muchos. Parece que si a cualquier crimen cometido le das tiempo y silencio se olvida y los criminales pueden volver a escribir en los periódicos, ser ministros o colaborar con la Policía. Esas tropelías están detrás de este crimen de Tocumen cuya tragedia pone en duda una vez más la viabilidad de nuestra democracia y sus instituciones.
Panamá, que quiere ser un país moderno y lo es en su paisaje, necesita que la sociedad civil se levante en contra de las grandes injusticias del pasado. Necesitamos hacerle frente a estos atropellos con firmeza, sin miedo a un sistema represor como antes. La cultura del mínimo esfuerzo, del “yo me arranco y lo que pasa en Panamá es problema de otros”, debe acabarse y son la Cultura y la Educación las que nos van a ayudar a salir de nuestro error. Necesitamos valores, recuperar el respeto perdido los unos a los otros para poder convivir en paz. No nos pase como en el cuento de Julio Cortázar, “Casa tomada”, que por no enfrentarse a lo que pasaba en las habitaciones los protagonistas se quedaron fuera de la casa. Que nadie nos saque de nuestros derechos: lo que ha pasado en Tocumen tiene que ser investigado y juzgado, si los que tienen la responsabilidad de velar por la seguridad hacen estas cosas estamos perdidos.
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