Era 1984 y no sé porque comencé a leer. Mi padre, español para más señas, tenía un negocio de importación de libros y revistas en un Panamá que no no leía. De la gran cantidad de libros que había sueltos por mi casa dos tenía un peso especial para mí. Dos poetas se disputaban con sus versos el sueño del lectorcito recién estrenado: Rafael Alberti con su antología “Poemas del destierro y la espera” y el otro de un tal Mario Benedetti, “Poemas de otros”. Allí comencé a leer y comencé a escribir plagiando a Benedetti sus sutilezas amorosas del día a día. De Alberti diré otro día otras cosas. El ejemplar en cuestión es una coedición “colombo-mexicana” entre la editorial “La oveja negra” y la editorial “Nueva Imagen”. El año, 1980, pero a mis manos no llegó hasta el 84.
Benedetti ha muerto, me parecía ver a un muchacho correo por la calle de mi infancia y yo voy y me asomo al balcón de mi abuela para gritarle mi incredulidad en forma de pregunta pero ¿Cuándo?, “ahora” me dice si dejar de correr como la brisa del mar y me deja con el frio, con la tristeza de que ese hombre viejo que admiro se me haya marchado tan de repente sin que le diera yo la mano y no digamos un abrazo. El muchacho es internet y el balcón mi mesa de trabajo pero la perplejidad y el frio son los mismos.
Los otros días le leí a mi hija Lucía unos versos suyos en una madrugad de insomnio infantil, “¿quieres que te lea unos poemas? y Lucía, con sus ojos inquietos y despejados me dijo que sí y yo le susurraba “compañera/ usted sabe/ que puede contar/ conmigo/ no hasta dos/ o hasta diez/ sino contar/ conmigo.” ¿Contar? me decía y ella comenzaba uno, dos, tres… y hasta diez y no se durmió hasta varios poemas más y algún cuentecito. Me sorprendió que ese librito de mi juventud haya viajado desde el pasado hasta hoy manoseado de lecturas y con esquinas rotas que no son primavera, esquinas dobladas señalando las preferencias del joven enamoradizo que fui.
Mario Benedetti me acompañaba en mi camino por las letras como un son lejano que rescataba la esperanza de los sueños, que cautivaba todavía las esperanzas y servía de ejemplo. Me recomendó mi amigo Jorge Eduardo Benavides una novela suya “Quién de nosotros”, te va ayudar, me dijo Jorge en “El circo” mientras conversábamos de nuestras cosas, de Benedetti, dijo, y yo la busqué y una maravilla, me ayuda, es magisterio es literatura.
Nos deja, se marcha para ser memoria, leyenda, clásico ahora que no está aunque estando ya lo era. Hay personas que son necesarias, que te las cruzas por la vida y te cambian para mí, Mario Benedetti es una de esas. Su obra, lo que deja, lo que en realidad es para los que no le conocimos jamás, es pura vida, porque un autor es su literatura, un poeta sus versos y la poesía nos pertenece a todos, es un abrazo eterno que se quedará con nosotros más allá de la muerte.
Benedetti ha muerto, me parecía ver a un muchacho correo por la calle de mi infancia y yo voy y me asomo al balcón de mi abuela para gritarle mi incredulidad en forma de pregunta pero ¿Cuándo?, “ahora” me dice si dejar de correr como la brisa del mar y me deja con el frio, con la tristeza de que ese hombre viejo que admiro se me haya marchado tan de repente sin que le diera yo la mano y no digamos un abrazo. El muchacho es internet y el balcón mi mesa de trabajo pero la perplejidad y el frio son los mismos.
Los otros días le leí a mi hija Lucía unos versos suyos en una madrugad de insomnio infantil, “¿quieres que te lea unos poemas? y Lucía, con sus ojos inquietos y despejados me dijo que sí y yo le susurraba “compañera/ usted sabe/ que puede contar/ conmigo/ no hasta dos/ o hasta diez/ sino contar/ conmigo.” ¿Contar? me decía y ella comenzaba uno, dos, tres… y hasta diez y no se durmió hasta varios poemas más y algún cuentecito. Me sorprendió que ese librito de mi juventud haya viajado desde el pasado hasta hoy manoseado de lecturas y con esquinas rotas que no son primavera, esquinas dobladas señalando las preferencias del joven enamoradizo que fui.
Mario Benedetti me acompañaba en mi camino por las letras como un son lejano que rescataba la esperanza de los sueños, que cautivaba todavía las esperanzas y servía de ejemplo. Me recomendó mi amigo Jorge Eduardo Benavides una novela suya “Quién de nosotros”, te va ayudar, me dijo Jorge en “El circo” mientras conversábamos de nuestras cosas, de Benedetti, dijo, y yo la busqué y una maravilla, me ayuda, es magisterio es literatura.
Nos deja, se marcha para ser memoria, leyenda, clásico ahora que no está aunque estando ya lo era. Hay personas que son necesarias, que te las cruzas por la vida y te cambian para mí, Mario Benedetti es una de esas. Su obra, lo que deja, lo que en realidad es para los que no le conocimos jamás, es pura vida, porque un autor es su literatura, un poeta sus versos y la poesía nos pertenece a todos, es un abrazo eterno que se quedará con nosotros más allá de la muerte.
4 comentarios:
Uno de los grandes. ¡Hasta siempre!
Puedes estar seguro que tus pensamientos y sentimientos lo compartimos otros.Justo la semana pasada me reencontré un libro de Benedetti, Inventario Dos, con muchos poemas sobre la ausencia y también estaba ese de "compañera puede usted contar conmigo". Y de pronto la noticia de su muerte...
Rescato la vivencia, estoy por colgar a mi blog, y con lo que se queda uno es con la vivencia, la vida, lá poesía, por eso los seres humanos se van de este plano, pero los poetas y la poesía nunca mueren.
Abrazo Pedro
Pedro, gracias por ese texto elegíaco en memoria de uno de los poetas más queridos. Te acompaño en esa infancia perenne que somos todos los que estamos en el mundo del lenguaje, de la palabra. Nuestro poeta Porfirio Salazar sí tuvo la suerte de estrechar su mano, desayunar con él, así como con Saramago y otros grandes de las letras de este y todos los tiempos. Cuando regreses a Panamá, estoy seguro de que Porfirio podrá estrechar tu mano y transmitirte algo de la energía que le dejó impresa en la palma de la suya. Gran poeta, también nos ofreció una novela formidable: La tregua. Creo que él ha entrado en su tregua definitiva, llegó su hora del silencio, pero sus palabras hablarán por él, como siempre ocurre con los nombres que perduran. Mi abrazo para ti, y mi despedida a don Mario.
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