Dios encarnado en una mujer de sudanesa muere y su cuerpo es comido por unos perros… En ese mismo primer capítulo Colin Powell ante esa mujer sufre un cambio radical en su vida y manda a la porra al mismísimo George Bush por un asunto de conciencia. A partir de aquí, nada es lo que parece: el mundo da un giro inesperado hacia el caos.
Currie pinta un mundo traumático, desafectado, donde en cada capítulo, muerto Dios, la vida se torna cada vez peor. La discusión entonces ha de plantearse en términos de si esta muerte de Dios es ideológica (un capítulo nos describe las ideologías advenidas después de su muerte) o física (otro capítulo nos narra la transformación de los perros que comen un bocado del cuerpo de Dios y otro hombre que lo intenta) o será que esa idea o anhelo de la existencia de Dios es la que frena la maldad humana (un capítulo nos habla de cómo el amor a los niños desaparece y otro que describe como la vida no vale nada y unos y otros deciden matarse para escapar del gran caos). Lo cierto es que Currie abre alternativas de reflexión y cada uno debe ir por ellas hasta sus propias conclusiones.
La novela nos sitúa en un mundo apocalíptico después de Dios, con ideologías que deshumanizan al hombre, con vacíos profundos que no parecen llenarse con nada. El mundo, lejos de mejorar con la desaparición física de Dios parece deslizarse hacia una pendiente de autodestrucción que, si bien es muy conocida en el Hombre parece ser frenada en su dimensión total por Dios, su presencia o la creencia en Él.
Y es que la lectura de esta obra hace más pertinente aun la frase aquella de Chesterton que dice que “lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en cualquier cosa”. Ron Currie nos narra la guerra que se abre en varios frentes a nivel mundial por el hecho de que el Hombre se haya planteado ideologías que lo único que consiguen es en encono y el enfrentamiento. Esto no quiere decir que la “religión”, tomando a Dios como excusa, haya teñido de sangre la historia de la humanidad. El tema da para mucho.
Es irrelevante aquí cuál es la posición del autor ante la existencia de Dios. Ésta es una novela muy bien llevada, muy aséptica (son los personajes los que hablan, los que piensan, no son portavoces del autor), narra, deleita, conmociona.
El manejo de los textos bíblicos que abren cada capítulo deja ver un conocimiento de la Biblia que no es usual. Quiere poner de relieve el contenido de cada capítulo haciéndolo depender del texto citado de las escrituras, que es fundamental para la comprensión de lo narrado.
Uno de los capítulos más redondos es sin duda alguna “Mi hermano el asesino” de una limpieza y rotundidad narrativa que merece una distinción a parte dentro del total de la novela. Esta pieza funciona muy bien sola como pasa con el capítulo “Veranillo de San Martín” de una brutalidad arrolladora y de una fortaleza narrativa que les fascinará.
Con un estilo directo y contundente, los diálogos y descripciones van al grano. Las atmósferas bien creadas dan los respiros necesarios al lector para que se recupere, si eso es posible, del caos anterior, para que se prepare para el que le sigue. Siendo una novela mediana para el tema (235 páginas) la sensación de intensidad que te acompaña durante toda la obra y las reflexiones que suscita hacen de esta un gran acierto técnico y una interesante propuesta reflexiva sobre la religión y su relevancia para el hombre de hoy.
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