1.- Quedé embelesada con la figura del caballo blanco en ese puente de O´Connell convertido imaginariamente por Riba en línea tenue que separa la era Gutenberg de la digital. ¿Puede ampliar algo más sobre ese caballo (blanco como la nieve que ca…minó y sobre la que murió Walser y blanco como el traje que vestía E. Dickinson siempre que escribía poesía y blanco como la página vacía…) en la imaginación de usted, el autor de “Dublinesca”?
R: Es el caballo blanco que huyó en México cuando mataron a quien lo montaba, Emiliano Zapata. Quiero decir con esto que es una leyenda que aparece en muchas culturas. El caballo blanco es nombrado por Joyce en Los muertos, el cuento final de Dublineses. En mi segundo viaje a Dublín fui por mi cuenta, solo, a primera hora de la mañana, al puente O´Connell a ver si por casualidad veía el caballo. Era una empresa sin duda difícil, pero nunca se sabe. Pensé que si lo veía, nadie la daría demasiada importancia, pero sin embargo sería algo muy importante para mí. No lo vi. Pero había una paloma blanca posada sobre la cabeza de O´Connell, el hombre irlandés de la estatua que da nombre a ese puente.
2.- ¿Departir con los Auster es sólo prurito o alarde de su personaje?
R: Riba es un editor que publicó un libro de Paul Auster y por tanto entra dentro de la lógica que conozca a los Auster y que vaya a cenar a su casa, y hasta que bostece allí o que le dé por comer poco.
3.- Usted ha criticado la novela meta-ficcional a pesar de que se le identifica con ella. ¿Podría señalarnos su posición actual al respecto? Dublinesca es una novela más ambiciosa que el Dietario Voluble. Pero la segunda es más cálida y sustanciosa. Pero en todo caso, en ambas, “cada momento es un lugar donde nunca hemos estado”.
R: No he criticado lo metaficcional, he dicho solamente que quienes me clasifican a la ligera como metaliterario delatan no haberse molestado en leerme, ya que hablo de todo en mis libros, no solo de libros, hablo de la vida en todos ellos, y últimamente más que nunca. En otro orden de cosas, decirle que Dublinesca pertenece inequívocamente al género novelesco. Y Dietario voluble, en cambio, pertenece al género diarístico, aunque incorpora a un personaje de ficción que es el diarista. En Dublinesca me serví, en ocasiones, de una metodología de diarista (extraída de mi experiencia en Dietario voluble), de seguimiento muy de cerca de la vida cotidiana de una persona. A mí Dublinesca me parece más cálida que Dietario voluble, pero eso, claro, es algo siempre muy subjetivo. Igual ocurre con lo de “sustanciosa”, que no lo voy a discutir porque eso depende únicamente de lo que encuentra en uno y otro libro cada lector y yo soy el menos adecuado para ponerme a buscar algo “sustancioso” en lo que ofrezco, ya que todo cuanto entrego al lector antes necesariamente ha tenido que ser sustancia para mí.
4.- Su utilización del recurso llamado “mise en abyme” es llamativo y en cada novela va encontrándole más vueltas de tuerca. ¿Es una forma de huir, de esconderse, o de buscar/formar lectores más entrenados?
R: “Cada obra, nos dice Vila-Matas, debe ser un renovado salto al vacío” (Roberto Bolaño en Entre paréntesis, pág. 157).
Trato de divertirme saltando al vacío cuando escribo y quizás por eso, y también por otros motivos que aquí me callo y que podrían parecer más hondos y más respetables (siendo en realidad igual de hondos que la diversión pura y simple) llevo mis libros a un callejón sin salida. Desde Bartleby y compañía, siempre me preguntan: “¿Y ahora qué? ¿Cómo lo vas a hacer para continuar?”. Lo paso muy bien cuando tratan de hacerme ver que he llevado todo a un límite. Yo diría que escribo libros para colocarme deliberadamente en situaciones que comprometan la continuidad de mi escritura y me dejen, una y otra vez, ante el dilema de ver si soy capaz o no de escapar de lo que ha terminado por llevarme a lugares aparentemente sin salida.
Una vez, me entrevistaron para la televisión venezolana, una entrevista de una hora. Hacia el final, yo todo el rato estaba pensando que la pregunta que me hacían era la última y quizás por eso me esforzaba y daba una respuesta brillante y trascendente para el cierre. Así me pasé más de quince minutos, creyendo todo el rato que estaba ante la última pregunta y elevando sin darme cuenta, cada vez más, el nivel de profundidad y de veracidad de aquel eterno momento final. Me pasé todo ese cuarto de hora creyendo que estaba ante la última cuestión y contestando pues a varias últimas cuestiones como si en esas cuestiones me fuera la vida. La tensión favorecía mis respuestas… Bueno, debo decir que escribo mis novelas así normalmente, como en aquel cuarto de hora final en Venezuela, y que eso es lo que me lleva seguramente a callejones sin salida. Mis novelas siempre terminan con una página en la que parece que haya contestado a la última pregunta. Porque una última pregunta en una larga entrevista siempre lleva a una sincera declaración de principios, quiero decir que es como un epitafio sobre nuestra tumba, un epitafio en el que uno queda retratado. Yo escribo novelas como si fueran epitafios.
5.- Hay un personaje que me resulta bastante enigmático y que aparece bastante en Dublinesca. Se trata de Vilém Vok. ¿Podría contarnos un poco sobre él?
R: Es un autor checo con el que mantuve correspondencia en una época. Creo que pronto van a traducirlo al español. Yo lo he leído sobre todo en revistas francesas (La Femelle du Requin, Inculte, La matricule des Anges). Alguien que me parece bastante perspicaz, en un blog, ha sugerido que Vok es el narrador de Dublinesca.
6.- En su obra existe una expresa necesidad, entre otras, de tocar temas que abarquen los márgenes y el mundo del escritor, el poeta, el campo cultural. “Dublinesca” pertenece a esta naturaleza. Siento que en la actualidad esta es una de las líneas temáticas de la novela, casi insoslayable. Quizás me equivoque. La pregunta sería: ¿no se ha caído en un abuso, en una especie de ejercicio narcisista por parte del escritor?, ¿hasta qué punto es válido ser reiterativamente metaliterario?, ¿convertir a la literatura en un ejercicio por y sobre la literatura no es reducirla a una actividad que deslinda, por su propia naturaleza, aspectos, naturalmente bellos e interesantes, de nuestra propia realidad ficcional? No condeno el uso de tales temas sino el abuso. ¿No se ha llegado a ese abuso?
R: En su magnífico blog, el historiador y ensayista cubano Rafael Rojas disertaba no hace mucho en torno a esa obstinada pulsión literaria de mis obras. Y Gerardo Muñoz, desde Cuba, le decía, con buen tino, que quizá esa ansiedad por la literatura es similar a la de Agamben: “Veo ciertos parecidos que serian muy interesantes de estudiar. El debate del archivo: archivar la filosofía, archivar la literatura. Es como si solo quedara eso…”
No puedo negar que la literatura esté en el centro de lo que escribo y que esa melancolía de los archivos también esté en el centro. Ahora bien, hay quien me califica de metaliterario y ahí, detrás de esa apresurada calificación, siempre suele haber alguien que habla de oídas, sin haberme leído. Es como pensar que Pérez Reverte escribe sólo de espadachines; quien dice esto y simplifica tanto es que no lo ha leído y simplemente le tiene manía a Pérez Reverte… Yo he tenido la suerte de haber sido leído por un tan gran lector como Bolaño y él supo apreciar lo que yo siempre he sabido: que cuando hablo de literatura, estoy hablando de todo lo demás, de la vida y de la muerte y de todo lo que gira alrededor de ellas, y en este sentido Dublinesca es un libro especialmente centrado en los seres humanos, un libro sobre la vida y la muerte, sobre el amor y la pasión, sobre la felicidad y la desgracia. Es más, creo que es el más cálido de mis libros. Decía Bolaño a propósito de Bartleby y compañía que yo hablaba ya no sólo de los escritores que en un determinado momento de sus vidas (un momento de lucidez o de desesperación o de locura) dejaron de escribir sino de los escritores como el mismo Vila-Matas nunca van a dejar de escribir, y a partir de allí hablan de la muerte, de los gestos inútiles ante la muerte pero que nos salvan (o pueden salvarnos) y no sólo habla de escritores, sino que en realidad habla de lectores, de seres humanos de toda laya, de gente que vive y que un día deja de vivir, de aventureros y agónicos, de gente que lee y que un día deja de leer…”
7.- ¿Por qué tuvo que dejar Anagrama? Era el autor ideal para la editorial ideal.
R: En realidad, el autor ideal para la colección de “narrativas hispánicas” de Anagrama es alguien que escribe bien y no tiene muchos lectores. Un escritor principiante, por ejemplo. Claro está que hay autores en la editorial que, después de varios libros, siguen escribiendo bien y no tienen muchos lectores. Estos también son ideales porque no crean complicaciones. Ahora bien, si alguien allí empieza a crecer (a crecer como autor, o bien a aumentar el número de lectores, y ya no digamos si crece en las dos direcciones a la vez), ve enseguida cambios de humores y cómo la cosa se complica.
8.-Escribir. Publicar. Desconocerse. Una vez más el tema de la identidad en Dublinesca. Un editor. La biografía de Riba es su catálogo, fuera de ahí, no existe. Por otro lado, los “malditos autores” y su yo desnaturalizado, plural, el yo literario, el que se desprende del autor, del otro que se atrevió a escribir lo que escribiría si escribiese. En suma, el yo de perfil heterónimo y nómada. ¿Qué hay entonces del mal del autor? ¿Qué es un autor, aparte de ser un fantasma de sí mismo dotado de una carne débil, egocéntrica? ¿Te has encontrado a ti mismo indescifrable o desconocido en esta Dublinesca? ¿Has podido regresar a casa sin contratiempos, en este año excesivamente redondo?
R: Toda la novela está recorrida por el mismo misterio que ha recorrido “mi espina dorsal” (que decía Nabokov) mientras la escribía, mientras indagaba acerca del misterio del desconocido de la gabardina, el misterio de ese tipo al que llaman Mackintosh. Iba escribiendo tratando de averiguar quién era la sombra que me acompañaba. El lector lee desde el mismo lugar en el que yo, escribiendo, voy avanzando en mi indagación. Estoy seguro de que más de un lector ha tenido la impresión de que era él quien estaba escribiendo Dublinesca o como mínimo se hallaba sentado en el lugar del autor.
9.-Me sorprende que casi nadie le pregunte por la intromisión del narrador en Dublinesca. Supongo que no le preguntan porque deben pensar que forma parte del juego literario que es Dublinesca y en parte porque imaginan que la respuesta será aún más desconcertante que esas interrupciones del narrador. Yo creo que, al contrario de lo que opinaba Nabokov sobre la presencia de Joyce en Ulises, que concluye que Bloom ve a Joyce el 16 de julio, lo que ocurre en Dublinesca es que el autor ve a su personaje (y no al contrario).
R: También me sorprende lo poco que se ha comentado que el narrador intervenga en dos únicas ocasiones en la novela. A veces hay el temor a equivocarse y decir que aparece en dos cuando puede acabar resultando que aparece en tres y quedar uno un poco mal. Por si acaso, los reseñistas o entrevistadores se curan en salud. En cuanto a lo de que el autor ve a su personaje, lo de que yo veo a Riba, está bien visto, aunque el visto bueno completo a esa teoría no se lo daré porque reduciría las posibilidades amplias de interpretación que Dublinesca ofrece en sus páginas finales. Hablando de sorpresas, a mí lo que más me ha sorprendido es que, tras cien entrevistas de prensa (en Francia, España, Argentina, México), han sido muy pocos los que me han hablado de la parte beckettiana –el tercer y último capítulo- del libro. Es como si algunos no se hubieran presentado a las entrevistas con el libro enteramente leído y creyeran que todo gira en torno a Joyce, cuando Joyce está presente sobre todo en el segundo capítulo. La parte tercera y última, la beckettiana, además, es lo mejor del libro.
10.- Teniendo en cuenta mi pequeño desconocimiento acerca de Dublinesca, una pregunta como pintor y amante de la transvanguardia y el informalismo, que además también odio, ¿qué hay encima del metalenguaje? ¿Está Dios?
R: Adquiera conocimiento sobre Dublinesca y no lo dude: obtendrá la respuesta a su pregunta, porque hallará a Dios.
R: Es el caballo blanco que huyó en México cuando mataron a quien lo montaba, Emiliano Zapata. Quiero decir con esto que es una leyenda que aparece en muchas culturas. El caballo blanco es nombrado por Joyce en Los muertos, el cuento final de Dublineses. En mi segundo viaje a Dublín fui por mi cuenta, solo, a primera hora de la mañana, al puente O´Connell a ver si por casualidad veía el caballo. Era una empresa sin duda difícil, pero nunca se sabe. Pensé que si lo veía, nadie la daría demasiada importancia, pero sin embargo sería algo muy importante para mí. No lo vi. Pero había una paloma blanca posada sobre la cabeza de O´Connell, el hombre irlandés de la estatua que da nombre a ese puente.
2.- ¿Departir con los Auster es sólo prurito o alarde de su personaje?
R: Riba es un editor que publicó un libro de Paul Auster y por tanto entra dentro de la lógica que conozca a los Auster y que vaya a cenar a su casa, y hasta que bostece allí o que le dé por comer poco.
3.- Usted ha criticado la novela meta-ficcional a pesar de que se le identifica con ella. ¿Podría señalarnos su posición actual al respecto? Dublinesca es una novela más ambiciosa que el Dietario Voluble. Pero la segunda es más cálida y sustanciosa. Pero en todo caso, en ambas, “cada momento es un lugar donde nunca hemos estado”.
R: No he criticado lo metaficcional, he dicho solamente que quienes me clasifican a la ligera como metaliterario delatan no haberse molestado en leerme, ya que hablo de todo en mis libros, no solo de libros, hablo de la vida en todos ellos, y últimamente más que nunca. En otro orden de cosas, decirle que Dublinesca pertenece inequívocamente al género novelesco. Y Dietario voluble, en cambio, pertenece al género diarístico, aunque incorpora a un personaje de ficción que es el diarista. En Dublinesca me serví, en ocasiones, de una metodología de diarista (extraída de mi experiencia en Dietario voluble), de seguimiento muy de cerca de la vida cotidiana de una persona. A mí Dublinesca me parece más cálida que Dietario voluble, pero eso, claro, es algo siempre muy subjetivo. Igual ocurre con lo de “sustanciosa”, que no lo voy a discutir porque eso depende únicamente de lo que encuentra en uno y otro libro cada lector y yo soy el menos adecuado para ponerme a buscar algo “sustancioso” en lo que ofrezco, ya que todo cuanto entrego al lector antes necesariamente ha tenido que ser sustancia para mí.
4.- Su utilización del recurso llamado “mise en abyme” es llamativo y en cada novela va encontrándole más vueltas de tuerca. ¿Es una forma de huir, de esconderse, o de buscar/formar lectores más entrenados?
R: “Cada obra, nos dice Vila-Matas, debe ser un renovado salto al vacío” (Roberto Bolaño en Entre paréntesis, pág. 157).
Trato de divertirme saltando al vacío cuando escribo y quizás por eso, y también por otros motivos que aquí me callo y que podrían parecer más hondos y más respetables (siendo en realidad igual de hondos que la diversión pura y simple) llevo mis libros a un callejón sin salida. Desde Bartleby y compañía, siempre me preguntan: “¿Y ahora qué? ¿Cómo lo vas a hacer para continuar?”. Lo paso muy bien cuando tratan de hacerme ver que he llevado todo a un límite. Yo diría que escribo libros para colocarme deliberadamente en situaciones que comprometan la continuidad de mi escritura y me dejen, una y otra vez, ante el dilema de ver si soy capaz o no de escapar de lo que ha terminado por llevarme a lugares aparentemente sin salida.
Una vez, me entrevistaron para la televisión venezolana, una entrevista de una hora. Hacia el final, yo todo el rato estaba pensando que la pregunta que me hacían era la última y quizás por eso me esforzaba y daba una respuesta brillante y trascendente para el cierre. Así me pasé más de quince minutos, creyendo todo el rato que estaba ante la última pregunta y elevando sin darme cuenta, cada vez más, el nivel de profundidad y de veracidad de aquel eterno momento final. Me pasé todo ese cuarto de hora creyendo que estaba ante la última cuestión y contestando pues a varias últimas cuestiones como si en esas cuestiones me fuera la vida. La tensión favorecía mis respuestas… Bueno, debo decir que escribo mis novelas así normalmente, como en aquel cuarto de hora final en Venezuela, y que eso es lo que me lleva seguramente a callejones sin salida. Mis novelas siempre terminan con una página en la que parece que haya contestado a la última pregunta. Porque una última pregunta en una larga entrevista siempre lleva a una sincera declaración de principios, quiero decir que es como un epitafio sobre nuestra tumba, un epitafio en el que uno queda retratado. Yo escribo novelas como si fueran epitafios.
5.- Hay un personaje que me resulta bastante enigmático y que aparece bastante en Dublinesca. Se trata de Vilém Vok. ¿Podría contarnos un poco sobre él?
R: Es un autor checo con el que mantuve correspondencia en una época. Creo que pronto van a traducirlo al español. Yo lo he leído sobre todo en revistas francesas (La Femelle du Requin, Inculte, La matricule des Anges). Alguien que me parece bastante perspicaz, en un blog, ha sugerido que Vok es el narrador de Dublinesca.
6.- En su obra existe una expresa necesidad, entre otras, de tocar temas que abarquen los márgenes y el mundo del escritor, el poeta, el campo cultural. “Dublinesca” pertenece a esta naturaleza. Siento que en la actualidad esta es una de las líneas temáticas de la novela, casi insoslayable. Quizás me equivoque. La pregunta sería: ¿no se ha caído en un abuso, en una especie de ejercicio narcisista por parte del escritor?, ¿hasta qué punto es válido ser reiterativamente metaliterario?, ¿convertir a la literatura en un ejercicio por y sobre la literatura no es reducirla a una actividad que deslinda, por su propia naturaleza, aspectos, naturalmente bellos e interesantes, de nuestra propia realidad ficcional? No condeno el uso de tales temas sino el abuso. ¿No se ha llegado a ese abuso?
R: En su magnífico blog, el historiador y ensayista cubano Rafael Rojas disertaba no hace mucho en torno a esa obstinada pulsión literaria de mis obras. Y Gerardo Muñoz, desde Cuba, le decía, con buen tino, que quizá esa ansiedad por la literatura es similar a la de Agamben: “Veo ciertos parecidos que serian muy interesantes de estudiar. El debate del archivo: archivar la filosofía, archivar la literatura. Es como si solo quedara eso…”
No puedo negar que la literatura esté en el centro de lo que escribo y que esa melancolía de los archivos también esté en el centro. Ahora bien, hay quien me califica de metaliterario y ahí, detrás de esa apresurada calificación, siempre suele haber alguien que habla de oídas, sin haberme leído. Es como pensar que Pérez Reverte escribe sólo de espadachines; quien dice esto y simplifica tanto es que no lo ha leído y simplemente le tiene manía a Pérez Reverte… Yo he tenido la suerte de haber sido leído por un tan gran lector como Bolaño y él supo apreciar lo que yo siempre he sabido: que cuando hablo de literatura, estoy hablando de todo lo demás, de la vida y de la muerte y de todo lo que gira alrededor de ellas, y en este sentido Dublinesca es un libro especialmente centrado en los seres humanos, un libro sobre la vida y la muerte, sobre el amor y la pasión, sobre la felicidad y la desgracia. Es más, creo que es el más cálido de mis libros. Decía Bolaño a propósito de Bartleby y compañía que yo hablaba ya no sólo de los escritores que en un determinado momento de sus vidas (un momento de lucidez o de desesperación o de locura) dejaron de escribir sino de los escritores como el mismo Vila-Matas nunca van a dejar de escribir, y a partir de allí hablan de la muerte, de los gestos inútiles ante la muerte pero que nos salvan (o pueden salvarnos) y no sólo habla de escritores, sino que en realidad habla de lectores, de seres humanos de toda laya, de gente que vive y que un día deja de vivir, de aventureros y agónicos, de gente que lee y que un día deja de leer…”
7.- ¿Por qué tuvo que dejar Anagrama? Era el autor ideal para la editorial ideal.
R: En realidad, el autor ideal para la colección de “narrativas hispánicas” de Anagrama es alguien que escribe bien y no tiene muchos lectores. Un escritor principiante, por ejemplo. Claro está que hay autores en la editorial que, después de varios libros, siguen escribiendo bien y no tienen muchos lectores. Estos también son ideales porque no crean complicaciones. Ahora bien, si alguien allí empieza a crecer (a crecer como autor, o bien a aumentar el número de lectores, y ya no digamos si crece en las dos direcciones a la vez), ve enseguida cambios de humores y cómo la cosa se complica.
8.-Escribir. Publicar. Desconocerse. Una vez más el tema de la identidad en Dublinesca. Un editor. La biografía de Riba es su catálogo, fuera de ahí, no existe. Por otro lado, los “malditos autores” y su yo desnaturalizado, plural, el yo literario, el que se desprende del autor, del otro que se atrevió a escribir lo que escribiría si escribiese. En suma, el yo de perfil heterónimo y nómada. ¿Qué hay entonces del mal del autor? ¿Qué es un autor, aparte de ser un fantasma de sí mismo dotado de una carne débil, egocéntrica? ¿Te has encontrado a ti mismo indescifrable o desconocido en esta Dublinesca? ¿Has podido regresar a casa sin contratiempos, en este año excesivamente redondo?
R: Toda la novela está recorrida por el mismo misterio que ha recorrido “mi espina dorsal” (que decía Nabokov) mientras la escribía, mientras indagaba acerca del misterio del desconocido de la gabardina, el misterio de ese tipo al que llaman Mackintosh. Iba escribiendo tratando de averiguar quién era la sombra que me acompañaba. El lector lee desde el mismo lugar en el que yo, escribiendo, voy avanzando en mi indagación. Estoy seguro de que más de un lector ha tenido la impresión de que era él quien estaba escribiendo Dublinesca o como mínimo se hallaba sentado en el lugar del autor.
9.-Me sorprende que casi nadie le pregunte por la intromisión del narrador en Dublinesca. Supongo que no le preguntan porque deben pensar que forma parte del juego literario que es Dublinesca y en parte porque imaginan que la respuesta será aún más desconcertante que esas interrupciones del narrador. Yo creo que, al contrario de lo que opinaba Nabokov sobre la presencia de Joyce en Ulises, que concluye que Bloom ve a Joyce el 16 de julio, lo que ocurre en Dublinesca es que el autor ve a su personaje (y no al contrario).
R: También me sorprende lo poco que se ha comentado que el narrador intervenga en dos únicas ocasiones en la novela. A veces hay el temor a equivocarse y decir que aparece en dos cuando puede acabar resultando que aparece en tres y quedar uno un poco mal. Por si acaso, los reseñistas o entrevistadores se curan en salud. En cuanto a lo de que el autor ve a su personaje, lo de que yo veo a Riba, está bien visto, aunque el visto bueno completo a esa teoría no se lo daré porque reduciría las posibilidades amplias de interpretación que Dublinesca ofrece en sus páginas finales. Hablando de sorpresas, a mí lo que más me ha sorprendido es que, tras cien entrevistas de prensa (en Francia, España, Argentina, México), han sido muy pocos los que me han hablado de la parte beckettiana –el tercer y último capítulo- del libro. Es como si algunos no se hubieran presentado a las entrevistas con el libro enteramente leído y creyeran que todo gira en torno a Joyce, cuando Joyce está presente sobre todo en el segundo capítulo. La parte tercera y última, la beckettiana, además, es lo mejor del libro.
10.- Teniendo en cuenta mi pequeño desconocimiento acerca de Dublinesca, una pregunta como pintor y amante de la transvanguardia y el informalismo, que además también odio, ¿qué hay encima del metalenguaje? ¿Está Dios?
R: Adquiera conocimiento sobre Dublinesca y no lo dude: obtendrá la respuesta a su pregunta, porque hallará a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario