Mi primer recuerdo futbolístico es el de un balonazo saliendo yo de mi barrio en Panamá de la mano de mi madre cuando contaba más o menos con seis años. El fútbol visto de cerca. Desde esa fecha hasta hoy mis recuerdos vinculados al deporte Rey (así le llaman todos) son bastante negativos en dos sentidos: en lo personal y en lo público. En lo personal jamás metí un gol y las pocas veces que he saltado al terreno de juego la cosa ha ido mal o me ha salido alguna “genialidad” (le llaman así a las buenas jugadas) por obra y gracia de la casualidad aliada con la patosidad que gobierna mis miembros.
En lo público he sido siempre un ignorante futbolístico, de esos que no saben cómo se llaman los jugadores ni en qué consisten las posiciones que cada uno ocupa en el terreno de juego. Vamos, un mueble futbolístico.
Como ejemplo, dos hechos: A los doce años, por fin, me fui con los muchachos del barrio a jugar en el viejo campo de tierra cerca del estadio de béisbol. Pase de la muerte, salí desmarcado en posición reglamentaria, portero batido, bote extraño del balón el cual se me encajó entre las piernas, bajo las partes nobles, y no fui capaz, por los nervios del primer gol, de deshacer el entuerto. Risas, ridículo deportivo.
La otra ocasión ya vivía en España. Estaba en un campamento de verano para jóvenes. Los diecinueve me sentaban bien, pero no a mi fútbol, aunque la genialidad me perseguía ese tarde. Enfundado en la elástica del Madrid me desmarco por la derecha y me pasan el esférico que da justo en mi talón derecho, pasa por encima de mí, y en una extraña conjunción planetaria, controlo la pelota, doy un extraordinario pase de la muerte y gol. Ante mi desconcierto todos vienen a abrazarme por la genialidad. Consciente de mi mala suerte me retiro del fútbol en el momento más alto de mi carrera. Hasta hoy, disfruto del recuerdo de aquella hazaña y de las palmaditas que los amigos me dan al recordarla “vaya potra” sentencian, y yo me dejo querer.
Como nunca se me dio bien el fútbol quise seguirlo por la tele. “Ofsay”, (traducción del panameño: fuera de juego) gritaban al árbitro, “¿qué?” preguntaba yo a mis amigos delante del televisor que sacaba el señor Armando a la calle por su ventana en Panamá para ver los partidos todos juntos. Por mucho tiempo fui uno de esos aficionados al fútbol con el que no quieres ver ni un solo partido porque preguntan mucho. Pero tranquilos que al final de algo sí que me enteré. Creo.
Por eso hoy, puesto de manifiesto que de fútbol poco sé, que del fútbol (o futbol, según quien lo diga) poco disfruté, me voy a convertir, y espero que me sigan, en “el futbolisto”, es decir, uno que de fútbol nada sabe pero que opina sobre él y sus aledaños buscando un correlato con la realidad. Este es un concepto básico a tener en cuenta para este Mundial y las crónicas que pretendo compartir con vosotros.
Haremos un seguimiento de “La Roja” (no de la Pasionaria) y dibujaremos unas reflexiones sobre lo que nos rodea, libros, amigos, escritores, fama y gloria, pasado y memoria, para vernos reflejados en el fútbol, ese deporte al que llaman “Rey” hasta los republicanos.
Pero no lo olvidéis: no tengo mucha idea de fútbol, no lo sigo nada más que cuando juega la Selección, y me he llevado más de un disgusto con ella (una alegría, la Eurocopa, una sola alegría) y con la panameña ni se diga: no ha ganado casi nada en su vida.
Se puede opinar y se me puede ilustrar sobre el deporte del balón: reconozco que nunca es tarde si la dicha es buena.
En lo público he sido siempre un ignorante futbolístico, de esos que no saben cómo se llaman los jugadores ni en qué consisten las posiciones que cada uno ocupa en el terreno de juego. Vamos, un mueble futbolístico.
Como ejemplo, dos hechos: A los doce años, por fin, me fui con los muchachos del barrio a jugar en el viejo campo de tierra cerca del estadio de béisbol. Pase de la muerte, salí desmarcado en posición reglamentaria, portero batido, bote extraño del balón el cual se me encajó entre las piernas, bajo las partes nobles, y no fui capaz, por los nervios del primer gol, de deshacer el entuerto. Risas, ridículo deportivo.
La otra ocasión ya vivía en España. Estaba en un campamento de verano para jóvenes. Los diecinueve me sentaban bien, pero no a mi fútbol, aunque la genialidad me perseguía ese tarde. Enfundado en la elástica del Madrid me desmarco por la derecha y me pasan el esférico que da justo en mi talón derecho, pasa por encima de mí, y en una extraña conjunción planetaria, controlo la pelota, doy un extraordinario pase de la muerte y gol. Ante mi desconcierto todos vienen a abrazarme por la genialidad. Consciente de mi mala suerte me retiro del fútbol en el momento más alto de mi carrera. Hasta hoy, disfruto del recuerdo de aquella hazaña y de las palmaditas que los amigos me dan al recordarla “vaya potra” sentencian, y yo me dejo querer.
Como nunca se me dio bien el fútbol quise seguirlo por la tele. “Ofsay”, (traducción del panameño: fuera de juego) gritaban al árbitro, “¿qué?” preguntaba yo a mis amigos delante del televisor que sacaba el señor Armando a la calle por su ventana en Panamá para ver los partidos todos juntos. Por mucho tiempo fui uno de esos aficionados al fútbol con el que no quieres ver ni un solo partido porque preguntan mucho. Pero tranquilos que al final de algo sí que me enteré. Creo.
Por eso hoy, puesto de manifiesto que de fútbol poco sé, que del fútbol (o futbol, según quien lo diga) poco disfruté, me voy a convertir, y espero que me sigan, en “el futbolisto”, es decir, uno que de fútbol nada sabe pero que opina sobre él y sus aledaños buscando un correlato con la realidad. Este es un concepto básico a tener en cuenta para este Mundial y las crónicas que pretendo compartir con vosotros.
Haremos un seguimiento de “La Roja” (no de la Pasionaria) y dibujaremos unas reflexiones sobre lo que nos rodea, libros, amigos, escritores, fama y gloria, pasado y memoria, para vernos reflejados en el fútbol, ese deporte al que llaman “Rey” hasta los republicanos.
Pero no lo olvidéis: no tengo mucha idea de fútbol, no lo sigo nada más que cuando juega la Selección, y me he llevado más de un disgusto con ella (una alegría, la Eurocopa, una sola alegría) y con la panameña ni se diga: no ha ganado casi nada en su vida.
Se puede opinar y se me puede ilustrar sobre el deporte del balón: reconozco que nunca es tarde si la dicha es buena.
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