Ahora que me fijo, el fútbol anda por todas partes. Banderas, camisetas, souvenirs, ropa interior, bufandas y demás artículos. Y no sólo eso, ha conseguido que parte de su argot forme parte de la vida diaria del común de los mortales practiques o no el nobel deporte del balompié. Esta palabra la recuerdo yo de mis años de primaria cuando estudiaba en el colegio salesiano con los libros de don Fernando Lázaro Carreter que se confesaba “incompetente” para los asuntos del futbol en un delicioso artículo del año 1981. Y es que al final el inglés nos ha metido un gol con lo de “football” y no digamos nada de lo “goal”. Pero la lista de términos del argot futbolístico que usamos a diario es larga y seguro que conocen más de una y yo ignoro, seguramente, otras tantas.
Por ejemplo la trillada “casarse de penalti”, que esconde detrás de la pena máxima el hecho de casarse porque se ha quedado embarazada la chica. Conocemos a más de uno que le paso y la cosa no fue tan mal. Lo malo, me dicen, es que el penalti se lo metan a uno.
“Meter un gol”, es otra de esas que no significan otra cosa que nos han engañado. Me dicen que es peor que te metan un gol “por toda la escuadra”, que duele más y para los porteros es una zona inalcanzable de la portería., vamos, que muchas veces es inevitable.
Pillar a uno en “fuera de juego”, que significa que te cogen desprevenido o en una situación comprometida. Ejemplo de ello es lo que pasa en la oficina cuando estamos navegando por internet y el jefe llega por detrás y se te queda cara de “no es lo que parece”.
Pero la peor y la que más me ha hecho daño siempre es esa que te dicen en el terreno de juego: “no le metes un gol ni al arco iris”. No me digan que la cosa no es para echarse a llorar. Yo soy uno de esos a pesar de mi tarde de gloria en la que me retiré del fútbol en activo. Un poco de eso nos pasó ayer contra los suizos. Xavi Alonso le dio al arco iris pero no le metió un gol.
Pero el fútbol no sólo se ha colado en el habla de todos. Hoy se ha colado también en política. Resulta que cierto partido (político no de fútbol) esta orquestando una campaña para dejar de llamar “La Roja” a la Selección Nacional de fútbol. Ya lo de nacional le puede sonar espeluznate a más de uno, pero no vamos a seguir por allí. Resulta que algunos ven fantasmas del pasado e invocan con terror a la Pasionaria. En fin, que en España ocurren cosas más serias que todo esto. Curiosamente un chileno me puso de manifiesto que la Roja ha sido tradicionalmente la Selección de Chile como la albiceleste la argentina o la charrúa la uruguaya. La panameña es la Marea roja, me dicen, y aquí todos tan contentos.
El fútbol, a pesar de los goles que le mete al idioma por la escuadra, es un deporte que trata de vincular, que pretende sostener con su épica unos valores necesaria entre los hombres y las mujeres de bien no caigamos en discusiones político-coloristas que no hacen bien a nadie. La bandera aparte de roja es gualda (palabra que también aprendí en los libros de Lázaro Carreter que aludía en el ejemplo práctico a la bandera de España), es decir, hay más de un color para la ilusión, para la unidad.
Hoy no me salgo del recuerdo de Fernando Lázaro Carreter, que fue director de la Real Academia y gran maestro e intelectual, y os recomiendo “El dardo en la palabra” (hay varias ediciones e incluso una segunda parte) para que nos divirtamos aprendiendo a regatear (mejor que driblar aunque se puede decir) a los rivales de nuestra lengua.
Por ejemplo la trillada “casarse de penalti”, que esconde detrás de la pena máxima el hecho de casarse porque se ha quedado embarazada la chica. Conocemos a más de uno que le paso y la cosa no fue tan mal. Lo malo, me dicen, es que el penalti se lo metan a uno.
“Meter un gol”, es otra de esas que no significan otra cosa que nos han engañado. Me dicen que es peor que te metan un gol “por toda la escuadra”, que duele más y para los porteros es una zona inalcanzable de la portería., vamos, que muchas veces es inevitable.
Pillar a uno en “fuera de juego”, que significa que te cogen desprevenido o en una situación comprometida. Ejemplo de ello es lo que pasa en la oficina cuando estamos navegando por internet y el jefe llega por detrás y se te queda cara de “no es lo que parece”.
Pero la peor y la que más me ha hecho daño siempre es esa que te dicen en el terreno de juego: “no le metes un gol ni al arco iris”. No me digan que la cosa no es para echarse a llorar. Yo soy uno de esos a pesar de mi tarde de gloria en la que me retiré del fútbol en activo. Un poco de eso nos pasó ayer contra los suizos. Xavi Alonso le dio al arco iris pero no le metió un gol.
Pero el fútbol no sólo se ha colado en el habla de todos. Hoy se ha colado también en política. Resulta que cierto partido (político no de fútbol) esta orquestando una campaña para dejar de llamar “La Roja” a la Selección Nacional de fútbol. Ya lo de nacional le puede sonar espeluznate a más de uno, pero no vamos a seguir por allí. Resulta que algunos ven fantasmas del pasado e invocan con terror a la Pasionaria. En fin, que en España ocurren cosas más serias que todo esto. Curiosamente un chileno me puso de manifiesto que la Roja ha sido tradicionalmente la Selección de Chile como la albiceleste la argentina o la charrúa la uruguaya. La panameña es la Marea roja, me dicen, y aquí todos tan contentos.
El fútbol, a pesar de los goles que le mete al idioma por la escuadra, es un deporte que trata de vincular, que pretende sostener con su épica unos valores necesaria entre los hombres y las mujeres de bien no caigamos en discusiones político-coloristas que no hacen bien a nadie. La bandera aparte de roja es gualda (palabra que también aprendí en los libros de Lázaro Carreter que aludía en el ejemplo práctico a la bandera de España), es decir, hay más de un color para la ilusión, para la unidad.
Hoy no me salgo del recuerdo de Fernando Lázaro Carreter, que fue director de la Real Academia y gran maestro e intelectual, y os recomiendo “El dardo en la palabra” (hay varias ediciones e incluso una segunda parte) para que nos divirtamos aprendiendo a regatear (mejor que driblar aunque se puede decir) a los rivales de nuestra lengua.
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