Ayer cenamos en casa con unos invitados latinoamericanos. Digamos eso para no herir sentimientos. La madre se sentía un tanto incómoda (como muchos latinoamericanos) por ser invitada por sorpresa a expensas de mi hija Lucía que se lleva muy bien con su niño. El niño (digamos que se llama Gustavo) comió con las ansias de quien come poco. Jugó con los juguetes que nunca tendrá y deseó volver a nuestras casa con un habitación para cada uno, con comida en la nevera y con vitrocerámica y televisor para ver lo que quiera. La madre estaba muy cohibida, se reía pero se le notaba incómoda por la hospitalidad. Es persona de invitar y no de ser invitada.
Me recordó mucho a otra madre con otros hijos, en otro país, en otro tiempo. Me recordó cuando íbamos con mi madre, mi hermano Pablo y yo, a casa de la señora Carmen que tenía un hijo (ella ya murió) que se llama Viviano y que tenía muchos juguetes, su propia habitación y que comía lo que quería de su nevera. No como nosotros.
Ayer le di las gracias a mi mujer Marga Collazo por la cena, por hacerme vivir sin saberlo una vuelta a un pasado donde yo comía con las ansias del que no come mucho y que terminaba por robar un juguete de casa de aquel amiguito que no notaría la desaparición de aquel mínimo juguete. Menos mal que Gustavo (dijimos que llamaríamos así al niño) no se llevó nada porque es mejor que yo.
Cené con el recuerdo de que hay muchos en este país que no tienen todo lo que desean, que hay muchos niños que no juegan con los juguetes que desean y que hay mucha gente que a la que le cuesta reconocer que no les va tan bien como creen. Ayer cené con el recuerdo de una madre que nos advertía antes de salir de casa, que nos portáramos bien en casa de la señora Carmen y que tratáramos bien a Vivianito por que era nuestro amiguito. Bendita memoria que te recuerda de dónde vienes para que no termine uno por creerse que las cosas siempre fueron como hoy.