Me pasó anoche. Estaba repasando los libros de Vila-Matas y Doménico Chiappe para buscar unas ideas que ellos tienen claras. Levanto la vista y miro el reloj: las 02:45 y sigo sin aclararme. Menos mal que el tiempo acompaña para estarse en gayumbos en medio del salón. Por fin me aclaro. Son las 05:00 de la mañana y el despertador sonará dentro de una hora. Me acuesto para leer hasta dormirme y no me duermo. Me quedo seco, con los ojos arenosos de trasnochar y con la garganta buscando líquido para recuperarme del esfuerzo. Doy un trago a la Coca-Cola de la nevera y me preparo un café cargado: la mañana va ser larga hasta que regrese a mi mesa de trabajo.
La arena en los ojos me recuerda a Borges que tanto amaba la lectura y se quedó ciego. Menuda tortura. También es una tortura no poder aclarase uno a pesar de las muchas lecturas y de las muchas páginas escritas y desechadas y vueltas a escribir. Así es esto: una especie de de mito de Sísifo donde cada palabra, frase, párrafo o capítulo es llevado a la cumbre y luego vuelve a desmoronarse y encima sin ver. "Escribir nos merece la alegría", no nos pongamos sentimentales.
La arena en los ojos me recuerda a Borges que tanto amaba la lectura y se quedó ciego. Menuda tortura. También es una tortura no poder aclarase uno a pesar de las muchas lecturas y de las muchas páginas escritas y desechadas y vueltas a escribir. Así es esto: una especie de de mito de Sísifo donde cada palabra, frase, párrafo o capítulo es llevado a la cumbre y luego vuelve a desmoronarse y encima sin ver. "Escribir nos merece la alegría", no nos pongamos sentimentales.