Para mi mujer, Marga Collazo,
regalo del Señor y palabras de escritor convertidas en carne de mujer.
Ciertamente los dragones verdes existen, se perpetúan y nos persiguen. En cada esquina, bajo la almohada o detrás del sofá allí están, verde claro o verde caña pero están. Lo cierto, lo que afirmas, es que el sol saldrá de nuevo. De hecho sale cada mañana como testigo de la misericordia del Dios en el que creo de eso estoy seguro.
Lo de las promesas ya sabes como va. Hoy te prometen, para siempre, te dicen, y al final nada. De un plumazo lo eterno se hace vulgar y efímero. Pero las promesas que me rompieron no comprometen las nuevas promesas que me harán, lo cual abre para mí un número indeterminado de nuevas posibilidades de que alguien me diga eso tan manido pero tan necesario: te quiero.
El nosotros. Es complejo volver a conjugar los “tiempos vitales” en plural. Un “nosotros” aterra por que la sombra alargada y hostil de la soledad planea sobre él amenazando mi maltrecha esperanza. ¿Escribiré nuevos cuentos y novelas en el “nosotros”? Quién sabe, aunque reconozco que siempre se escribe mejor cuando hay alguien a tu alrededor revoloteando, recordándote que a parte del literario hay otro mundo que vivir. ¿Sobreviviré? supongo, todo el mundo lo hace y además, deseo sobrevivir. No me quedaré en un eterno desconsuelo, bregando en un mar de tristezas inútiles.
Diré que pena, sí. Pero que dicha cuando otra mujer vuelva a pisar firme sobre el rudo suelo de mis páramos y diga con ojos claros y voz tierna, con acento de esperanza, ¡hágase la luz! y lo que ayer fue paisaje gris se transforme en una explosión de colores. Ese día no habrá penas que recordar ni pasado que lamentar.
Otra vez habrá un bosque, claro tocayo. Huerto de Dios lo llama la Biblia. Y nubes y un río y un montón de flores de colores y una primavera nueva habrá, en mayo o cuando sea, seguro. El beso que nombras y el mojar los labios serán de nuevo a pesar de los dragones verdes.
Evidentemente el mundo no se termina donde acaba un beso. El mundo comienza allí, en el gesto de acercar los propios labios a los labios del otro. En ese tránsito breve van todas las esperanzas, van todos los deseos, y en el acto del beso, el mundo vuelve a brillar y al separar los labios, al mirarnos en los ojos del otro, al descubrirnos transformados por el beso, nos reconocemos en el paraíso, Adán y Eva con un mundo por delante, con un mundo por nombrar y sin espada en la entrada, amistados con Dios y esperándole en la brisa de la tarde.
regalo del Señor y palabras de escritor convertidas en carne de mujer.
Ciertamente los dragones verdes existen, se perpetúan y nos persiguen. En cada esquina, bajo la almohada o detrás del sofá allí están, verde claro o verde caña pero están. Lo cierto, lo que afirmas, es que el sol saldrá de nuevo. De hecho sale cada mañana como testigo de la misericordia del Dios en el que creo de eso estoy seguro.
Lo de las promesas ya sabes como va. Hoy te prometen, para siempre, te dicen, y al final nada. De un plumazo lo eterno se hace vulgar y efímero. Pero las promesas que me rompieron no comprometen las nuevas promesas que me harán, lo cual abre para mí un número indeterminado de nuevas posibilidades de que alguien me diga eso tan manido pero tan necesario: te quiero.
El nosotros. Es complejo volver a conjugar los “tiempos vitales” en plural. Un “nosotros” aterra por que la sombra alargada y hostil de la soledad planea sobre él amenazando mi maltrecha esperanza. ¿Escribiré nuevos cuentos y novelas en el “nosotros”? Quién sabe, aunque reconozco que siempre se escribe mejor cuando hay alguien a tu alrededor revoloteando, recordándote que a parte del literario hay otro mundo que vivir. ¿Sobreviviré? supongo, todo el mundo lo hace y además, deseo sobrevivir. No me quedaré en un eterno desconsuelo, bregando en un mar de tristezas inútiles.
Diré que pena, sí. Pero que dicha cuando otra mujer vuelva a pisar firme sobre el rudo suelo de mis páramos y diga con ojos claros y voz tierna, con acento de esperanza, ¡hágase la luz! y lo que ayer fue paisaje gris se transforme en una explosión de colores. Ese día no habrá penas que recordar ni pasado que lamentar.
Otra vez habrá un bosque, claro tocayo. Huerto de Dios lo llama la Biblia. Y nubes y un río y un montón de flores de colores y una primavera nueva habrá, en mayo o cuando sea, seguro. El beso que nombras y el mojar los labios serán de nuevo a pesar de los dragones verdes.
Evidentemente el mundo no se termina donde acaba un beso. El mundo comienza allí, en el gesto de acercar los propios labios a los labios del otro. En ese tránsito breve van todas las esperanzas, van todos los deseos, y en el acto del beso, el mundo vuelve a brillar y al separar los labios, al mirarnos en los ojos del otro, al descubrirnos transformados por el beso, nos reconocemos en el paraíso, Adán y Eva con un mundo por delante, con un mundo por nombrar y sin espada en la entrada, amistados con Dios y esperándole en la brisa de la tarde.