Hace unos días me contaba Sábato (un gran aguafiestas) lo que un amigo le dijo hace tiempo, “mira, nadie duerme en la carreta que le lleva de la cárcel al patíbulo”. Y es cierto: camino de la muerte (camino que todos estamos recorriendo) lo mejor que se puede hacer es reflexionar para mejorar. Esas reflexiones molestas las plantean, sin duda alguna, los escritores. Por ello no suelen gustar, ya que se empeñan en despertar con lo que escriben las conciencias dormidas de sus contemporáneos que marchan con ellos hacia el patíbulo. Sean poemas, cuentos o novelas, la literatura consigue molestar con palabras a las masas. Vivos o muertos, los escritores y sus obras son capaces de revolucionar sociedades. Por esa razón muchos orquestan campañas de vacunación contra la lectura o cauterizan las conciencias con lecturas poco provechosas.
Aunque Panamá sea una fiesta este año del oro olímpico, los escritores no pueden celebrar nuestros minúsculos logros obviando todo el trabajo que aun queda por realizar. Han de instar al abandono de la pubertad patriotera y deportivista para abrazar con fuerza la digna madurez de la construcción de una sociedad y a dejar de comer los caducos y miserables manjares de la soberanía para nutrirnos de la construcción de un presente que nos permita inventarnos un futuro.
Esa es la tarea del escritor, de la gran literatura: “despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo” (como me decía Sábato), aguarles la fiesta a los que creen que hemos llegado a la meta, a los que creen que hemos entrado en la historia por habérsenos devuelto un canal, a los que piensan que pasar la centena de años de independencia nos convierten en una sociedad moderna o en una democracia sólida. Si no existimos como literatura no existimos como nación ya que la identidad de los pueblos nace de su cultura y cultura no es tener jugadores en las ligas profesionales de béisbol o en la liga española de fútbol o que salten hasta el infinito. Los recuerdos que guardamos de un pasado supuestamente glorioso están consignados, en negro sobre blanco, en los textos que nuestros escritores nos han legado. La literatura ha de ser eso: un lugar donde cuestionar la cotidiana mentira que estamos viviendo, un lugar donde reflexionarnos.
Zavalita, el inmortal personaje de Mario Vargas Llosa se pregunta, en los primeros compases de Conversación en la Catedral, ¿cuándo se jodió el Perú? Pero demos otra vuelta de tuerca a la pregunta vargasllosiana: ¿hasta cuándo seguirá jodido el Perú? ¿Hasta cuándo seguirá jodido Panamá? Ya no importa quién ni por qué, ya no hay tiempo para trazar absurdas abstracciones retóricas sobre las razones por las cuales se jodió, hoy hemos de contestar a la pregunta más importante ¿hasta cuándo? Es precisamente esa la pregunta que los escritores han de plantear en su quehacer literario. La literatura ombliguista que pretende situarnos en el corazón de un universo inexistente o hacernos puente de un mundo que no sabe siquiera situarnos en el mapa es muy peligrosa. A ver si conversamos más con Sábato y le invitamos a nuestra fiesta.
Aunque Panamá sea una fiesta este año del oro olímpico, los escritores no pueden celebrar nuestros minúsculos logros obviando todo el trabajo que aun queda por realizar. Han de instar al abandono de la pubertad patriotera y deportivista para abrazar con fuerza la digna madurez de la construcción de una sociedad y a dejar de comer los caducos y miserables manjares de la soberanía para nutrirnos de la construcción de un presente que nos permita inventarnos un futuro.
Esa es la tarea del escritor, de la gran literatura: “despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo” (como me decía Sábato), aguarles la fiesta a los que creen que hemos llegado a la meta, a los que creen que hemos entrado en la historia por habérsenos devuelto un canal, a los que piensan que pasar la centena de años de independencia nos convierten en una sociedad moderna o en una democracia sólida. Si no existimos como literatura no existimos como nación ya que la identidad de los pueblos nace de su cultura y cultura no es tener jugadores en las ligas profesionales de béisbol o en la liga española de fútbol o que salten hasta el infinito. Los recuerdos que guardamos de un pasado supuestamente glorioso están consignados, en negro sobre blanco, en los textos que nuestros escritores nos han legado. La literatura ha de ser eso: un lugar donde cuestionar la cotidiana mentira que estamos viviendo, un lugar donde reflexionarnos.
Zavalita, el inmortal personaje de Mario Vargas Llosa se pregunta, en los primeros compases de Conversación en la Catedral, ¿cuándo se jodió el Perú? Pero demos otra vuelta de tuerca a la pregunta vargasllosiana: ¿hasta cuándo seguirá jodido el Perú? ¿Hasta cuándo seguirá jodido Panamá? Ya no importa quién ni por qué, ya no hay tiempo para trazar absurdas abstracciones retóricas sobre las razones por las cuales se jodió, hoy hemos de contestar a la pregunta más importante ¿hasta cuándo? Es precisamente esa la pregunta que los escritores han de plantear en su quehacer literario. La literatura ombliguista que pretende situarnos en el corazón de un universo inexistente o hacernos puente de un mundo que no sabe siquiera situarnos en el mapa es muy peligrosa. A ver si conversamos más con Sábato y le invitamos a nuestra fiesta.